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era un placer quemar [farenheit 451]

«Era un placer quemar. Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennegrecidas y cambiadas».
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La superficialidad del universo distópico planteado en Farenheit 451 en el año 1953 no ha sido más que el preludio a la sociedad actual. Aquí, Bradbury nos propone un mundo en el que los bomberos no extinguen incendios: su trabajo ahora es quemar libros, porque —según palabras del Capitán Beatty en la versión cinematográfica— los libros «perturban a la gente, la vuelve a antisocial e infelices».

Guy Montag es el personaje principal de esta obra. Un bombero cualquiera que al igual que el resto de las personas, no se cuestiona acerca del concepto de felicidad implantada por un Gobierno que prohíbe el pensamiento propio, que controla los acontecimientos históricos y los modifica a su favor, que no permite la libertad de culto o de expresión, pues considera que para que las personas sean felices, todos deben ser iguales.

La primera vez que la flecha de la curiosidad y la incertidumbre se clava en el lóbulo frontal de Montag es al conocer a Clarisse, su vecina adolescente que le revela la historia del origen de los bomberos: en un pasado que fue borrado, los bomberos apagaban incendios y salvaban vidas. Naturalmente Montag no cree semejante patraña, pero inquieto, inicia su búsqueda por La Verdad.

Es entonces que sus impulsos le llevan a leer libros a escondidas en medio de sus expediciones en las casas de aquellos acusados de «leer».

El abordaje de François Truffaut en su adaptación a la pantalla grande profundiza en la visión que tiene Beatty, el Capitán y jefe directo de Montag, sobre la amargura que producen los libros en las personas y cómo estas prefieren amoldarse a un pensamiento uniforme, pues requiere menor esfuerzo. No es esto muy distinto a nuestra realidad, pues estamos siendo controlados por las pantallas que nos dicen qué hacer y cómo hacerlo, en qué creer y por qué hacerlo, sin dar espacio a disputar algo distinto porque incluso dentro de la crítica liberal, hay una gran dosis de conservadurismo en el que serás acribillado si te sales del pensamiento normativo. Beatty afirma que «los libros no dicen nada, todos esas novelas tratan sobre personas que jamás ha existido y la gente que las lee quedan descontentas de sus propias vidas y sienten deseos de vivir de otro modo lo que jamás podrá ser en la realidad. Pensadores, filósofos, todos dicen lo mismo: solo yo tengo razón y los demás son idiotas».

Con la quema de libros se borran años de investigación, de pensamiento crítico, de libre albedrío, de imaginación y fantasía. Pero hay una belleza en la destrucción, o esto es lo que siente Montag cuando compara cada página ardiente como pétalos de flores al quemarse, justo antes de apuntar el lanzallamas contra Beatty y prenderle fuego en un intento por salvarse a sí mismo cuando está a punto de ser condenado por haber cometido el pecado capital de dejarse llevar por la curiosidad de sus ideas. El «indicio de pensamiento propio» es considerado un delito punible que no solo te lleva al rechazo social si no al castigo legal.

¿Es realmente Farenheit 451 una novela distopía o el retrato más fiel de la naturaleza humana? Mientras unos tratan de cambiar el rumbo de la historia, otros son distraídos por la vanidad y el entretenimiento fugaz, entretanto unos pocos más intentan salvar las páginas que quedan de la furia de las llamas y recoger de entre las cenizas el último rastro de conocimiento que nos han aportado otros pensadores a lo largo de la existencia de la humanidad pensante.

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